El viento soplaba con una suavidad engañosa, como si acariciara la piel sin intención de herir, pero con la certeza de que, tarde o temprano, arrastraría consigo todo lo que tocara. La bahía estaba quieta, envuelta en una bruma que borraba el horizonte, difuminando los límites entre el mar y el cielo.
Esa noche, me quedé a tu lado. Tu respiración era un vaivén pausado, un eco del mar en calma. Sabía que cada parpadeo tuyo era un esfuerzo, un intento de quedarte un poco más.
—La muerte. Esa bahía fría a la que no quisiste llegar —murmuré, como si decirlo en voz alta pudiera hacerla retroceder.
Tus ojos se entrecerraron, con esa ternura de quien ya no teme, de quien se entrega con la certeza de que el tiempo ha cumplido su ciclo. No dijiste nada. Solo me miraste, y supe que te ibas.
El reloj en la pared marcó la madrugada cuando me inclinaste un último susurro:
—En paz te dejo. Y en paz me voy.
No supe zarpar contigo. Me quedé en la orilla, con las manos crispadas sobre las sábanas, sintiendo cómo la ausencia tomaba forma en el aire que antes te rodeaba. Afuera, un grupo de pájaros cortaba el cielo en vuelo errático, como si no entendieran que su rumbo había cambiado sin previo aviso. De pajaritos cayendo en picada, ahogados por su propia suerte, que no fue, que no entendían.
El día amaneció en tonos suaves, como un consuelo inútil. En la distancia, la bahía esperaba, paciente, con su oleaje envolvente y su arena extendida como una promesa.
Esa bahía hermosa de ojitos cerrados.
Ahí quedó tu última huella, la espuma borrándola poco a poco, mientras yo seguía esperando en la orilla.
Este texto está basado en el poema “Esa bahía hermosa de ojitos cerrados” del libro “Hacer las paces con tu ausencia” Con ayuda de IA en el proceso de construcción ficcional.
El último barquito lo soltamos el 27/04 en “Mañana sale el sol” para más información @gabogabucho